Hacía tiempo que iba guardando trozos de tela de prendas como quien cobija pequeños tesoros de momentos y recuerdos.
Todo se remonta a los veranos de mi infancia, en el pueblo, cuando las mujeres tendían la ropa blanca sobre la hierba para que el sol la blanqueara. Sábanas suspendidas, etéreas, casi flotando, que rozan ligeramente las briznas de hierba verde.
Por las tardes nos juntábamos en un corro a la puerta de casa, sentadas en sillas de enea, para tejer y zurcir. La labor, en ocasiones, detenía los pensamientos. En otras, los enredaba. Se producía entonces una conexión muy especial con el momento, con aquello que discurría entre las manos y con aquel grupo heterogéneo de mujeres y niñas trabajando al unísono, escuchando y contando historias, o perdidas cada una en sus propias ensoñaciones.
En esta serie de obras, abierta e íntima, que entrelaza momentos y memorias de mi niñez, se reflejan algunos de los aspectos de aquellas tardes de verano.